Atención plena para no creernos nada.
Practicar Mindfulness en la vida cotidiana te proporcionará un «músculo» de la Atención plena desarrollado, que te facilitará soltar pensamientos recurrentes, creencias erróneas, comportamiento repetitivos y emociones recurrentes.
Atención plena, conciencia plena, tú ya sabes, es ese estado de conciencia y, a la vez, una habilidad, que se desarrolla gracias a prácticas formales (la meditación) y a otras más informales, que aplicamos en el día a día. Entrenamiento de una atención intencionada y abierta, libre de juicios, a todo lo que acontece (en inglés Mindfulness).
Y con lo de «no creernos nada» no me refiero a esa expresión que usamos cuando queremos decir que una persona se piensa que es alguien , que se cree superior, vaya. Pues, no va de eso exactamente, pero también podría ser, pues cuando vivimos desde la Atención plena el ego se minimiza, no nos identificamos con ningún personaje.
Pero, además, con la práctica sostenida de Atención plena lo que logramos es no identificarnos con ninguno de nuestros pensamientos, de manera que llegamos a no creernos nada de lo que pasa por nuestra mente. Siempre ponemos en tela de juicio eso que aparece, pues la mente nos miente mucho, interpreta subjetivamente, dramatiza y muchas veces se atora y no puedes ver con claridad la realidad.
Experiencia propia
¿Sabes esa sensación de esclarecimiento, de frescura, que se te queda después de un tiempo ofuscada, confundida e inquieta. Cuando, sin pretenderlo, ni buscarlo ya. Tras rendirte a lo que hay. Lo dejas estar, aceptas la confusión que estás sintiendo. Te dejas en paz. Y una buena mañana, como sin venir a cuento, se produce el ¡Ajá!?
Empiezas a ver con claridad meridiana algo que no veías. ¿Y cómo es posible que no lo viese así antes? Con lo fácil y obvio que parece. Pues, las cosas ocurren así.
Atención plena a pensamientos y emociones
Duda de tus pensamientos
Cuando trabajas el no identificarte con tus pensamientos, el tratar de verte como observadora de los mismos. Cuando intentas mirar con otros ojos la realidad, no creyéndote que es verdad lo que te dice tu punto de vista, “el color de tus gafas”.
Es decir, cuando desconfías de tu manera de mirar las cosas, descubres que hay diferentes maneras de verlas y que todas son correctas, porque son las diferentes maneras que tenemos las muchas personas de verlas. Lo que no significa que estés equivocada todo el tiempo, ni que tengas razón siempre tampoco. Sí, que son puntos de vista personales y no La Verdad.
Hace semana, en una consulta del fisioterapeuta _voy a aprovechar para hacerle promoción, Kiora, en Avilés, un centro muy profesional en el que te tratan como de la familia_, me dijo Lois: tienes un problema de aceptación, relacionado con tu sentido de la justicia, que es tuyo, no es La Justicia, es tu interpretación o sentir.
Me quedé “rayada” _como dicen los jóvenes_, cuestionándome lo que me había dicho. Pero si yo creo que acepto mucho a los demás, sus ideas, su manera de vivir. Me parezco muy comprensiva, tolerante, respetuosa… Mi lema siempre ha sido:
Vive y deja vivir
Pues nada, voy a hacérmelo mirar. Y tras semanas observándome, a ver si me pillo en una intransigencia. ¡Voilà, ya lo he visto! Ya digo, llevaba días y no me descubría en el bloqueo.
Veía cosas de otras personas (ideas, actitudes, comportamientos, etc.) que no me gustan, que no comparto, que no van con mi manera de ver la vida, pero las vi y las acepté como que son sus ideas, sus actitudes… Aceptables, de la misma manera que las mías pueden no gustar, pero son aceptadas por otros y/o son aceptables.
Pero algo en una de estas interacciones con mis congéneres seguía dejándome intranquila, incluso enfadada. Una y otra vez buscaba el motivo de esa inquietud y concluía que se debía a la reacción de la otra persona, a su manera negativa de comportarse, a su irascibilidad, a su intransigencia.
El mensaje: la emoción subyacente
¡Madre mía! ¡Gracias, gracia! Por esta apertura de miras. Estoy encantada de haber abierto los ojos, de poder verlo con claridad. No va nada con la otra persona. Ya nunca se me olvida que el otro es un mero mensajero. Lo tengo claro. Pero muchas veces, pasa tiempo antes de que descubra el verdadero mensaje.
Y esto es lo que ha sucedido una vez más. Veía que ella no tenía ninguna culpa, ni responsabilidad con relación a lo que yo sentía en nuestra interactuación. Me daba cuenta de que es algo que está dentro de mí lo que tenía que descubrir.
Observando lo que se me despertaba, me di cuenta de una sensación de nerviosismo, un deseo de que se me escuche y respete mi parecer, porque tengo derecho a existir y a tener un punto de vista diferente. Luego llega el deseo de que haya paz, para ello paso a anularme, quiero desaparecer, huir.
Permanezco paralizada en el sitio, observando. Decido mantener la calma, comportarme como una adulta, no reaccionar. Y, me doy cuenta de que con esta decisión vuelvo a caer en mi patrón repetitivo de comportamiento habitual: parálisis e intento de mimetizarme con el entorno para que no me caiga una muy gorda (bronca, desprecio, castigo…).
Sigo observando, algún día he contestado, he reaccionado de diferente manera, echándole un poco más de valor o, simplemente, por probar una estrategia diferente. He logrado un resultado similar, no ha habido paz y yo tampoco me he quedado más calmada. Tampoco sirve.
Meditar y darse cuenta
Hasta hoy, mientras meditaba, que me ha llegado, me he dado cuenta, sin tener intención de nada, simplemente, permaneciendo en el aquí y ahora, de que no se estaba dando la aceptación incondicional de la otra persona, ni de su comportamiento. Creía que era así, intentaba que fuese así, lo deseaba. Pero no.
El juicio, la opinión en desacuerdo, estaba. El rechazo que me producía estaba, incluso manifiesto en mi cuerpo, que se contraía, a la defensiva. El deseo de ser comprensiva, también; lo que es señal manifiesta de carencia de esa comprensión. Tremendo panorama. Y yo creyéndome tolerante.
No me extraña que me haya bloqueado tanto, que hasta la voz he perdido. Incapacidad y frustración por no poder comunicar desde la verdad y el amor. Ahora lo veo.
La maravillosa mensajera me ha hecho revivir situaciones que se me daban de niña, cuando no tenía voz ni voto, cuando la autoridad me impedía expresarme tranquilamente sin ser castigada; aprendí que era mejor callar y desaparecer, tenía consecuencias menos malas que enfrentarme (el “enemigo” era más fuerte).
También me ha permitido darme cuenta de que en mi necesidad de expresarme y en mis deseos hay mucho capricho pueril, sin duda. Tiene que ser ahora, porque yo lo necesito o lo quiero ahora, así, de esta manera y no importa lo que el otro o la otra necesite o quiera ahora.
Hoy en día me atiendo y me consiento a mí misma, me permito esos arranques de antojos, me miro con cara amorosa y me digo: ¡venga, cariño, ya has tenido tu momento de perreta, ya puedes estar tranquila! Y vuelvo a la normalidad de una adulta que se encarga de su vida. Me suelo pillar en alguna de estas y yo sí que me acepto.
Refrescar: sentir y liberar, soltar
Pero, esta vez no lo estaba viendo. Me ha costado descubrir que todo está dentro de mí, que solo es cuestión de mirar y atender, sosteniendo la emoción que subyace, las sensaciones que experimento. Sentir, sostener el sentir y permitir que esté, y que se vaya, soltar. No hace falta ponerles nombre, definirlas, ni encontrar el motivo o explicación racional.
Pues, muchas veces lo que hacemos es liberar emociones bloqueadas desde antes incluso del nacimiento. Me gusta verlo como un ‘refrescar’, es decir, liberar, rememorar para dejar ir emociones indescriptibles, sentidas cuando aún no teníamos desarrollada nuestra capacidad de racionalizar, por tanto, es muy difícil definirlas con palabras. Y _ya digo_ no es necesario.
¡Qué alivio, de verdad! Me siento renovada y liviana, como la mariposa que acaba de posarse en mi ventana. Nos quitamos un gran peso de encima y se produce una gran apertura, no solo de miras, sino a todos los niveles. Nos podemos ver más allá de nuestros pensamientos personales.
Apertura que deja espacio para la comprensión y aceptación de los demás. Ahora sí, incondicional. Aceptación de nuestra humanidad compartida, de sus puntos de vista, sus actitudes, sus perretas y sus barreras de protección pueriles e inconscientes, como las mías. Aceptación desde el sabernos más que lo que indican nuestros puntos de vista limitados.
Es mágico abrir los ojos y mirar la vida desde otra perspectiva. Para lograr esto, es imprescindible en mi vida poner en práctica la Atención plena a diario, momento a momento. Si no la has probado, te sugiero que lo hagas y me cuentes. Y, como ya sabes, si necesitas un acompañamiento en tus inicios, sílbame y ya voy 😉