Un día cualquiera… por una simple cuestión… algo sin mucha importancia… supone la gota que colma el vaso.

Tú te lo tomas como algo personal… Te sientes con derecho a… 

Vas y te vienes abajo, te derrumbas.  Harta. ¡Harta! Muy cansada, de tratar de mantener el tipo. 

¡A la mierda todo!  

Siento herir tu sensibilidad con palabras malsonantes.  Pero una tiene la necesidad de gritarlas.  No te los reproduzco, te ahorro el rosario de insultos y groserías que pueden salir por mi boca, al principio tenía poca práctica y me repetía mucho, ahora cada vez tengo más repertorio _jeje_.  Tienen que ser malsonante, porque ¡jolines! y ¡a la porra!  No producen catarsis ninguna y sino prueba…

Tal vez porque siempre he tratado de ser muy correcta, necesito gritar maldiciones e improperios.  En mi casa nunca se dijeron ni permitieron palabras groseras, hasta que mis hermanos fueron mayores y trajeron del exterior expresiones poco lindas. 

Pero ni aún entonces a mí se me permitía emitir un “mierda”, que era la grosería que se me solía escapar cuando estaba superada y ya no podía más con alguna situación.  La mirada fulminante de mi padre o su reprobación hacían que me comiera las palabras.  Por si eres muy joven y no lo imaginas, la cuestión es que en una mujer estaba aún peor visto que en un hombre ser malhablada.

Nada saludable el gesto de tragarte tus palabras (ya sean mal o bien sonantes) _ya te digo_.  Porque no solo silenciaba una expresión de desahogo, sino que me guardaba todo el malestar que había detrás.  Y así hasta que llegó mi climaterio.

Sí, has leído bien, pocos vocablos desagradables o palabrotas salieron de mi boca hasta estos últimos años de mi vida, en los que he dejado de cortarme y si no encuentro otro mejor modo de soltar la presión, pues levanto la voz y grito en la soledad de mi habitación o en la inmensidad de la naturaleza (procuro cerciorarme también de que estoy sola).

Por un tiempo me cuestioné a mí misma.  ¿Qué otra cosa podía hacer?  Es lo que me habían enseñado.  Pero luego me dije: si te sale, exprésate, ¡ya está bien de represión!  Y, como no podía ser de otra manera, paradójicamente, ahora, como no me corto, sale todo más rápido, de manera intensa, incluso emitiendo sonidos viscerales, no elaborados mentalmente.

Confieso que me viene muy bien soltar de esa manera.  Cada vez tengo menos arrebatos y los que tengo duran poco; después, me siento muy tranquila.  Duran lo que dura la energía contenida en salir.  Duran lo que tienen que durar.  Los permito, suelto, no trato de contener nada, ni de “comportarme como dios manda”.

De lo que trato siempre es de no molestar al de enfrente, a otra persona.  Puntualizo esto porque mucha gente confunde desahogarse, liberar presiones, con “escupir” al de delante (al que suelen considerar culpable) toda su bilis, lo que piensa (y se consideran sinceros…). 

No nos confundamos, el que alguien o algo haya tocado tu punto débil no quiere decir que sea culpable.  Esto es muy largo de explicar, lo dejaré para otro día. 

Por hoy, conviene recordar que “Mi libertad termina donde empieza la tuya”. 

Y que hemos venido a este mundo a amarnos y respetarnos unos a otros, empezando por amarte y respetarte a ti misma y siguiendo por amar y respetar a los demás.  Empieza por ti, porque lo que no tienes, porque no te lo has dado o reconocido en ti, no podrás dárselo a otro-a. 

De ahí se deduce que si no tienes buen día, si algo no te ha salido como esperabas, si te sientes molesta con alguien, etc.  Si te sientes frustrada, en una palabra, siéntete con derecho a expresarte, con legítimo derecho.  Pero recuerda que el otro tiene derecho a no recibir de ti un mal trato.

Mientras no tengas entrenada la habilidad de ser asertiva, mientras no seas capaz de comunicarte desde la calma, definiendo claramente tus necesidades y límites, es mejor que tomes distancia o unas cuantas respiraciones conscientes antes de hablar con el otro. 

No te digo que lo hagas de esta manera, ni que no hay otras posibles.  Las hay.  Lo que trato de decirte es que pruebes.  Es mi manera de hacerlo.  Me encanta el ensayo error y me paso la vida probando y aprendiendo. Creo que la vida es un juego y hay que jugarlo.

Yo con todo esto (incluido el gritar a modo de purgación), lo que he logrado es tener una vida más dichosa, con muchos momentos de paz, la verdad.

¡Cómo me gustan las canciones de Jarabe de Palo! _dicho sea de paso_, en honor a Pau he puesto el título a este post y te invito a que escuches ese o cualquier otro tema suyo y lo cantes a voz en grito; también libera mucho 😉