Atención plena a la tristeza.

Lágrimas que se desbordan, corazón encogido, ahogo en la garganta, vacío en el estómago, nerviosismo incontrolable… Desconsuelo.

No hay palabras para describir el desgarro interno que se produce ante la pérdida de un ser querido.

Tratas de mantener el tipo delante de otras personas, te quieres comportar con dignidad delante de ti misma, pero cuando duele, duele y mucho, no hay sosiego.

Así que lo mejor es rendirse al sentir, entregarse a todo lo que se viene encima: sentimiento de pena por la ausencia, dudas inexplicables, tristeza infinita, soledad profunda, incertidumbre ante la novedad, inestabilidad y falta de asidero…

Y mirarlo todo a los ojos, una tras otra cada emoción.  Atenderlo todo y sostener desde la Atención Plena.  Estoy en un punto en el que sé de sobra que distraerme, negar o disimular el sentir no aporta nada, está aquí para ser mirado.

Unas veces ha sido enfado, otras frustración, otras miedo, ahora es el momento de afrontar el dolor, dolor de corazón, la tristeza.

Muchas veces desatendida esta emoción.  Casi siempre enmascarada bajo el enojo.  Transito mejor ese espacio de enfado, tiene más energía, me siento en una zona que reconozco. 

De modo que ahora se me hace raro permitirme expresar tristeza y parece que me va a desarmar, a partir el corazón con su intensidad.  ¿Y si no para? ¿Si no soy capaz de calmar mi desasosiego?

El descontrol es lo que nos preocupa realmente, el percibir que no controlamos nada, aunque llevemos toda la vida creyendo que sí, que lo tenemos todo en orden.   Autoengaño total.

¡Viva el caos!  Que es lo que hay realmente.  Ya solo pido que venga en dosis que pueda ir asumiendo, asimilando y que no me descontrole tanto que no pueda recomponerme.

Hay varias expresiones que afirman que Dios aprieta pero no ahoga, que no te es dado nada que no puedas soportar…  No lo sé con total seguridad.  Lo que sé por experiencia es que si me rindo y reconozco mi debilidad humana y no poder más con lo que sea yo sola, Algo me acompaña, me impulsa, me ayuda a salir del hoyo. 

Y ahí he estado tras la despedida de mi pequeño saltamontes, mi linda gatita, mi amor pequeñito, mi Fridita.  Sí, toda esta pena por un animalín.  Mi compañera durante los últimos 8 años.

Me doy cuenta de cuántas veces pronuncio el “mi”, adjetivo posesivo.  Y reconozco el ego en ello y el apego.  Y veo todos los sentimientos volcados, proyectados y dedicados a ella.  Lo veo todo.  Pero no por ello dejo de sentir el dolor en mi corazón por su ausencia.  La echo de menos en todo momento, pues era como mi sombra, todo el tiempo a mi lado. 

Miro a la cara a la soledad.  Y no la temo, no me inquieta, porque no estoy sola y lo sé.  Pero se me está mostrando.  Hace años pasé por esto y tuve mucho miedo.  Hoy día no estoy ahí, solo siento pena por no contar con mi peludina querida, pero mi nivel de energía es otro, no estoy en depresión.

Quienes me conocen, saben que también he perdido en esta semana última a mi padre.  Y alguien puede pensar que estoy desviando mi dolor de un ser a otro o, también hay quien puede decir: qué falta de consideración dedicar unas palabras a una gata y no a un padre.

Es mi sentir, no me voy a justificar, solo estoy volcando en un papel mis sentimientos más íntimos y que han brotado tras la despedida de mi querida mascota. 

Por mi padre he sentido profundo respeto toda la vida, mucho amor y agradecimiento por todo lo que me ha dado (dejado en herencia, transferido, regalado, inspirado) y su ausencia ha dejado un vacío importante. 

Su pérdida la he encajado bien, con calma, pues mi mente ha intervenido alegando que ya tenía sus años, sus achaques, poca ilusión por estar vivo en los últimos tiempos.  Y todo eso me ha llevado a considerar que su fallecimiento ha llegado en un momento oportuno.  Duele su ausencia, pero consuela que haya tenido una vida plena y haya estado siempre muy arropado.

Sin embargo, la muerte inesperada de la gatina fue eso, algo no esperado, sorprendente, en tres días se fue apagando.  Inexplicable en un primer momento.  ¿Por qué?  _esa descarnada pregunta es la que asalta_.

Pero sé bien que es infructuoso cuestionársela.   Lo suyo es preguntarse ¿para qué?

_No lo sé.

Esto me ha llevado a mirar hacia atrás y repasar un poco los años vividos compartiendo casa con ella.  Ha formado parte de una etapa de mi vida de muchísimo crecimiento personal.  A partir de ahora entro en otra nueva, no sé qué me deparará el futuro. No me inquieta.  Voy a confiar en que será para bien.

Nada que no pueda soportar

Me quedo con el recuerdo entrañable de este tiempo en su compañía.  Me quedo con las experiencias vividas estos años, con la gatina, con mi padre, mis amigos, mi compañero, mi familia.  Agradezco todo profundamente.  Cuando no me he divertido, he aprendido.  Y todo es digno de ser vivido.

Mi querida Frida ha contribuido a la apertura de mi corazón, a hacerme mejor persona, más amable y sensible. ¡Gracias, ángel pequeñito!  Siempre en mi corazón, junto a mi papá.