Reflexiones sobre las relaciones de pareja.

La señal: la última castaña.

Lo habíamos dejado (viene del post anterior) en que no me he sabido querer y por consiguiente no he podido querer a nadie incondicionalmente.

Todas las tradiciones espirituales hablan del Amor (con mayúsculas) como un Poder divino y transformador. 

Sin embargo los humanos en nuestra existencia terrenal limitada (nos auto limitamos por desconocimiento de todo lo poderosos que somos, se nos ha olvidado) vivimos unas experiencias de amor muy básicas y condicionadas.

Empezamos por buscar el amor fuera de nosotros.  Esperamos encontrarlo en otra persona, con expectativas de que nos haga felices, nos proporcione seguridad, nos atienda.  Inconscientemente estamos tratando de controlar o manipular a otros para obtener su amor, de manera que hacemos todo por complacerles,  seducirles, o dominarles.

Y establecemos una serie de condiciones por nuestra seguridad.  Todo esto es evidente que lo hacemos desde el miedo, estamos protegiéndonos para no sufrir, para que no nos hagan daño.  Así que, » te voy a amar si te portas de determinada manera que me haga sentir bien», estamos negociando con el amor. 

Y todo esto no nos trae nada más que infelicidad y angustia cuando no recibimos de la manera que esperamos.  Y además agranda la separación que creemos existe entre nosotros, nos distancia más a unos de otros.  Porque nos movemos desde el miedo, que es lo contrario del amor verdadero. 

Partiendo de que somos energía en movimiento, el Amor es la más elevada de las vibraciones.

Por tanto, experimentar un amor verdadero es tener el corazón abierto, vibrar en la frecuencia del amor y contagiar esa vibración.  O dicho de otra manera: somos amor, esa es nuestra esencia, por tanto solo tenemos que mantener esa vibración elevada en nosotros, de tal manera que otros se sientan atraídos y vibren también en esa misma sintonía; dar y recibir. 

Primero dar.  Pero antes de nada, darme a mí, darme amor a mí misma, sentirlo en las entrañas, en todas mis células.  Porque si no lo vivo, si no lo siento en mí, no puedo dárselo a nadie, pues es imposible dar lo que no se tiene.

Aquí reside la clave del amor incondicional, pues en este estado de verdadero «enamoramiento» no necesitamos buscar el amor fuera, lo somos, lo vivimos.  Y no hay dependencia alguna, ni apego, ni exigencias.  De manera que nos dedicamos a ser amor, a derrochar eso que somos, sin preocupación por lo que el otro haga o deje de hacer, sin esperar correspondencia. 

A estas alturas ya sabrás, la ironía que se gasta la vida, cuando te deja de preocupar lo que pasará a continuación, eso que acontece es lo mejor, siempre, así que lo que el otro hará será amarte también.  Pero en cualquier caso, eso es lo de menos.  No hay expectativa, no hay condiciones, ¿recuerdas?

¿Te atreves a amar así?  Igual ya lo estás viviendo y yo te lo cuento como algo increíble.  No puedo dejar de hacerlo, porque lo estoy experimentando en primera persona y me siento dichosa.  Para mí es una novedad.  Y estoy celebrando este despertar.  Deseo que tú lo vivas de igual manera.

Y ahora sí, te digo a cuento de qué viene «la última castaña»: 

En esta nueva etapa de mi vida, en la que tan pronto subo como bajo, emocionalmente hablando, gracias a mi revolución hormonal y supongo que también a la influencia de las energía que están agitándolo todo; pues he tenido la fortuna o la gracia de estar acompañada de un ser maravilloso, que no solo me muestra todo «lo que tengo que hacerme mirar», sino que me está dando las mayores lecciones de amor que he tenido nunca.  Aunque sería mejor decir: las mejores lecciones que me he permitido recibir hasta ahora.

Y no hablo de tonterías, ni de «romanticadas» de esas que tanto nos gustan de adolescentes, las que salen en las películas.  Esas que muchas veces de adultas aún confundimos con lo que es amor: gestos concretos, detalles en fechas puntuales, palabras determinadas, etc. que la publicidad utiliza también para hacérnoslo creer y para vender, claro está.  No hace falta que precise más, ¿verdad?  Sabes a lo que me refiero.

El verdadero amor como yo lo siento hoy lo representa esa persona que me escucha con respeto, me mira a los ojos y no suelta un reproche, ni un consejo no solicitado; sino que me está diciendo estoy aquí, contigo.  Sin más, sin esperar nada, sin pedir nada, sin condiciones, ni promesas.  ¡Hoy, ahora, estoy contigo!  Esa persona que me coge la mano y me da un fuerte abrazo cuando tiemblo.  Y que me da la castaña que le queda cuando ya me he comido la última que había.  Para mí no tiene precio, ese gesto lo dice todo; esa es la señal inequívoca 😉 

¿Será deformación profesional o es que realmente la clave de todo está en estar presente, vivir el aquí y ahora plenamente, conectados con nuestra alma, con los otros y con la Vida?.  Yo así lo siento. ¿Qué crees tú?

Mi amor se desborda del corazón, cada día más y lo salpica todo.  Espero te llegue en forma de gratitud por estar leyendo estas líneas.  Y a esa persona especial que también me leerá, todas las bendiciones del mundo y no solo gracias por estar, sino por Ser, maestro.