Intensivo de crecimiento personal.

Siempre me ha apasionado estudiar e indagar, en busca de soluciones a mis propios malestares, tanto físicos como emocionales, y a las dolencias de otras personas queridas. Por el camino he descubierto algunas terapias, he puesto en práctica ciertas «herramientas» y consolidado una filosofía de vida, que me ha ayudado mucho a sobrellevar las circunstancias, y eso es lo que quiero compartir contigo, principalmente.

No sé por dónde empezar a contarte.  Bueno, voy a hacerlo por el principio.

Todo esto no es algo reciente, podría remontarme a los inicios, a mi adolescencia, concretamente cuando empezó a ganar tamaño mi apéndice nasal y con él a disminuir la valoración de mi imagen. 

Probablemente siempre me había sentido un tanto fuera de lugar, pero por aquel entonces con el surgimiento de lo que sería un «complejo de nariz» importante, me fui cerrando en mí misma, volviéndome introvertida y volcándome en los libros (mi preferido era Cirano de Bergerac, también me gustaba leer a Góngora por su mordacidad, soñaba con ser como ellos, de pluma y lengua ágiles). 

Recuerdo que pensaba en que de mayor no me admirarían por mi belleza, pero sí por mis conocimientos (fea puede, pero lista seguro; entre mis actrices favoritas estaba Barbra Streisan).  Miro hacia atrás con mucha ternura, no lo pasé nada bien,  pero la cuestión es que de esa debilidad que yo veía en mí (vista hoy puede parecer muy superficial e inmadura, pero hay que ponerse en contexto), he desarrollado una fortaleza.

También podría señalar como otro hito importante, que supondría el gran empujón hacia la exploración y  el estudio sobre la psique humana, la preocupación por la salud delicada de mi madre tras la muerte de mi hermano.  Esa es una cuestión que suscitó gran interés en mí y ganas de investigar más sobre el equilibrio cuerpo-mente, la relación con la alimentación y la influencia de la tristeza y la insatisfacción en la calidad de vida de las personas.

Y llegamos a la actualidad, mi más profunda revolución personal dio comienzo hace unos 7 años.  De ahí el título del post, emulando la película protagonizada por el guapísimo Brad Pitt, 7 años en el Tíbet.  Yo no me he ido nada lejos de mi lugar de nacimiento, aquí estoy, en Lamuño (Cudillero), pueblo en el que están las raíces de mi árbol paterno. 

Aquí vivo en una casita de piedra y madera, con mucha Naturaleza a mi alrededor y con las comodidades imprescindibles (calefacción, luz, agua, libros y velas) y el menaje más necesario.  Tal es así que cuando tengo invitados tengo que tomar prestados platos, copas o sillas de alguna de las casas rurales próximas.  Pero aún con ello, todo es mucho; me sobra más de la mitad de las cosas que atesoro.

Empleo el término «atesorar», porque considero que todas las cosas de las que me he rodeado en estos años son auténticos tesoros para mí, tienen incalculable valor sentimental: dibujos de alumnas, cuadros de amigas, regalos de clientes, detalles de familiares.  Todo tiene un sentido profundo; nada de lo que está presente en mi hogar está vacío de significado, ni es feo o sin una marcada personalidad propia.

Pese a esto que digo, algo que he venido practicando estos años es el DESAPEGO.  Desapego aplicado tanto a lo material, como a lo personal y emocional.  Parece contradictorio con lo expresado arriba, pero trataré de explicarme.  Puedo prescindir de todo eso que me agrada y que hace mi vida más cómoda y alegre; sí, creo que puedo. 

Pero mientras no sea necesario hacerlo, los objetos que me rodean y que veo a diario prefiero que sean bellos y significativos, no corrientes, ni superfluos.    Y a ser posible, que no sean muchos, ni estén desordenados, porque me descolocan a mí también.  Como es adentro  es  afuera y viceversa.

Y la prueba mayor a la que me ha sometido el devenir de la vida en esta etapa ha sido perder a mi mejor amiga, compañera de aventuras y de crecimiento, confidente y cómplice.  Siempre nos llevamos bien, pues era imposible llevarse mal con Chus. 

Pero en los últimos años, cuando un tremendo cáncer hizo tambalear su existencia en la tierra, este hecho nos sacudió a ambas y nos unió más todavía, pues hizo que dos personas rígidas y con unas corazas muy armadas por los años abrieran brechas en ellas, por las que pudo atravesar el Amor incondicional, el reconocimiento de nuestra humana imperfección y pudimos así abrazar nuestra  profunda vulnerabilidad. 

Enfrentar la muerte, nos hace cuestionarnos todo.  Y quedarnos con lo que de verdad importa: los momentos vividos plenamente, las risas compartidas, los abrazos interminables, las palabras dichas con el corazón y las no pronunciadas, pero que lees en los ojos, espejos del alma. 

Vivir sin su presencia física me ha reafirmado en la convicción de que nuestras almas siempre han estado y estarán unidas.  Lo siento dentro.   Algún pacto hemos hecho ahí arriba, amiga _lo sé_.  Y, a la vez, esto me ha hecho consciente de que la vida dura un suspiro, nuestro paso por la tierra es muy breve (el de algunos seres, como mi sobrinito Guille o mi hermano Juan, más breve aún que el de otros). 

Soy muy consciente de que hay que vivir plenamente, de que nos vamos a arrepentir de aquello que no hagamos, pocas veces de lo hecho;  y de que para llevar esto a buen término, una tiene que ser fiel a sí misma, ponerse el mundo por montera y ¡qué me quiten lo bailao!!

Amiga, vete poniéndote el sombrero rojo y ¡vivamos!

Y he aquí el mayor parecido con la película: no he conocido al Dalai Lama, pero sí que he llegado a reconciliarme con el Espíritu.  He experimentado lo que viene siendo un crecimiento personal extremo, a todos los niveles, es como si me hubiese puesto patas arriba y vaciado de todo lo viejo y caduco, dejando espacio para una nueva perspectiva de vida (Consciencia plena o Atención plena), que me ha hecho mucho más feliz. 

De entre «mis tesoros» destaco para la ocasión un libro que quiero recomendarte, Dejar ir, del Dr. David R. Hawkins, muy a propósito  del asunto que hoy nos ocupa.

Y me voy a limitar a parafrasear al Doctor, te dejo a ti las conclusiones: 

<<Si al buscar en nosotros vemos que hemos permitido que amplios temores bloqueen la experiencia de nuestra propia naturaleza, podemos redescubrir el Amor utilizando el mecanismo de entrega y soltando las nubes de negatividad.  Al redescubrir este amor en nuestro interior, encontraremos la verdadera fuente de la felicidad.

… Aunque sabemos que es totalmente perjudicial para nuestras relaciones, salud y felicidad, nos aferramos al miedo.  ¿Por qué?

Tenemos la fantasía inconsciente de que el miedo nos mantiene con vida, y esto se debe a que está asociado a todos los mecanismos de supervivencia.  Tenemos la idea de que si abandonáramos el miedo, nuestro principal mecanismo de defensa, seríamos vulnerables .  En realidad ocurre justamente lo contrario.  El miedo nos ciega a los peligros reales de la vida.  De hecho, el propio temor es el mayor peligro al que se enfrenta el cuerpo.  El miedo y la culpa provocan la enfermedad y el fracaso en cada área de nuestras vidas.

… A medida que empezamos a soltar todos estos miedos, a cancelar los sistemas de creencias y a reafirmar que nuestro verdadero Ser es infinito y no está sujeto a limitaciones, nos acercamos a un estado de mayor salud, bienestar y energía vital.>>